martes, 5 de abril de 2016

NOS COMEMOS EL METAL

Nos comemos el metal

Si piensas que me voy a explayar sobre los niveles de distintos metales en la comida es que has llegado a esto por casualidad, o no me conoces en absoluto, o jamás has leído nada escrito por mi. Ya he avisao.
Yo, como mucha gente, vivo en una casa. Y mi casa, como la de mucha gente, tiene cocina. También tengo muebles en mi cocina y esos muebles tienen cajones. Cuando empezamos a vivir en esta casa, compré cubiertos, más que nada porque me molesta ensuciarme las manos con la comida y, esas cosas que se hacen porque te dicen que hay que hacerlas.  Con los años, no sabes muy bien como, te das cuenta que aquel cajón de cubiertos colocados uno encima del otro, con su orden, todos igualitos, se ha convertido en una amalgama de diferentes cuberterías que ya ni recuerdas haber tenido.  Cuando llega ese momento, te decides a reponer esos cubiertos que, bien mirados ya casi que dan asquito (seamos sinceros, años de lavavajillas pueden con cualquier tipo de utensilio doméstico) y te compras tu nueva cubertería. Encima te pega un ataque senil y buscas esas cucharas que te acompañarán en todas tus comidas, los tenedores que tus nietos reconocerán como los tenedores de la abuela, y te gastas una pasta, porque tu lo vales.
Y siguen pasando los años. Ese día a día tan trepidante que no nos deja casi ni saborear el más mínimo momento. De pronto un día estás en la cocina y, por una u otra cosa, estás guardando los cubiertos en ese cajón donde llevan guardándose más de veinte años y se te queda clavada la mirada en ellos ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están? No están en el lavaplatos, tampoco fuera de él, no hay una mesa por quitar o un dormitorio lleno de bandejas de comida. Busco por toda la casa, debajo de los sofás, debajo de las camas, en todos los rincones de la casa. Han desaparecido. Recuerdo incluso comprar más cubiertos cuando entró el lavaplatos en la cocina, recuerdo cuando se guardaban todos en su cajón y estaba a reventar.
Pregunto a la familia, pero nadie sabe nada. Nadie los ha perdido, nadie los ha tirado junto con restos de comida, nadie (evidentemente yo tampoco) se ha llevado cubiertos al trabajo para cuando tiene que comer allí.
Visto lo visto, la única posibilidad realmente creíble y factible es pensar que nos los hemos comido. Igual va a ser por eso que estamos fuertes y pitamos en los escáners 

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