jueves, 8 de marzo de 2012

Tortura mental


Si es que hay torturas que el cuerpo humano sólo es capaz de soportar por puro amor...

Niña de casi siete años con un auténtico síndrome de Barbie súper fashion y disfrazada de lo que aparentemente podría ser una especie de Shakira. Micrófono de Hello Kitty con volumen a tope, efecto 3D y sonido de aplausos. Pequeño notebook y en el youtube un video pa´hacer el karaoke, conectados auriculares para poder escuchar la música sin ninguna distorsión o sonido ambiental. De pronto, unos extraños alaridos… “nosaaaa nosaaa, asi vose me mataaaaa…”

Yo, presa del pánico, buscando por el google el teléfono del exorcista más cercano (esos espasmos y alaridos sólo podían ser fruto de una endiablada posesión) decidí encerrarme en mi cuarto durante un rato y dejar a Ojosnegros disfrutar de su momento de gloria.

Reconozco que, tras cinco minutos de “ay si eu ti pego”, las paredes de mi cuarto estaban retumbando en mi cabeza y la neurona ya se olvidó de la bucólica imagen del karaoke infantil. Entendí el verdadero motivo de los auriculares. No eran para escuchar mejor la música, no. Se los puso para no escuchar mis alaridos. Al final tuve que acudir a la tan socorrida excusa de “no es por mi, cariño, que me encanta como cantas y bailas, es por los vecinos, cielito, que, o son muy mayores o son bebès y, a lo mejor, están durmiendo… Anda bonita, canta flojito”. Por una vez, y sin que sirva de precedentes, ¡Bendita comunidad de vecinos!

Pero yo soy una persona mentalmente fuerte y estable (Va, venga. Las carcajadas en este momento podrían ser algo menos ostentosas ¿no? Digamos que la frase anterior es una ¿licencia literaria? Bueno, dejémoslo ahí) Quiero decir que, aunque haya torturas mentales que, aunque sea por amor, soy capaz de aguantarlas durante una serie de minutos, hay algunas torturas físicas que, con los años, están consiguiendo quebrar mi resistencia.

Que una ya tiene sus años y la etapa de caca, culo, pedo, pis me queda bastante lejana. Y que una cosa es echar unas risillas con cochinaditas varias en la intimidad y otra cosa es tener que enfrentarse diariamente a lo puramente escatológico 

A mi me gustaría saber de dónde narices sale la asquerosa costumbre que tenemos de sacar a los perros a la calle a cagar y a mear (con perdón). Vale que cuando los perros eran callejeros evidentemente tenían que escanciarse en la calle, pero ahora los perros son domésticos. Que también cuando los humanos vivíamos en las cuevas aquello estaría sembrao de pasteles, pero luego nos hicimos chozas, casas, y fuimos apartando estos asuntos para relegarlos a algo muy privado pero que todos hacemos. A nadie, o casi, se le ocurre salir a la calle, y además a propósito, para hacer este tipo de cosas, pero sacamos a los perros para que lo hagan. Y ya que educamos a los perros para que esperen a salir a la calle, ¿no sería más lógico que les enseñáramos a hacerlo en privado y ya luego les sacamos a correr o a pegar saltitos? Y luego hay que confiar en el civismo de los dueños de los perros. Porque, de boquilla, todos somos muy cívicos, pero lo que andamos esquivando a cada paso no lo ha dejado alguien cívico. Y de cada vez el cuerpo lo lleva peor. Tal vez sea un síntoma más de la edad pero hay días que, digamos, me siento especialmente sensible con este tema. Y lo peor de todo es que no puedes ir por ahí sin mirar al suelo porque puedes encontrarte con un regalito siguiéndote durante todo el día y, luego, intenta deshacerte de él…
Je, je. Por cierto, gracias a quienes me decís que hace tiempo que no escribo. Je, je. Me gusta. Je, je. Gracias.