lunes, 16 de agosto de 2021

CUMPLIR 56


 

Y eso es lo que me ha pasado hace bien poco. Aparentemente parece una edad como cualquier otra. Se me ocurre que podría ser comparable a cumplir 17, 28, 39, 42… 

Creo que hay edades un poco depreciadas. Cumples 10 y te sientes que llegas al grupo de los mayores, cuando cumples 15 sientes que vas a entrar en la deseada adolescencia, cuando cumples 20 eres feliz pensando en que parece que se va acabando por fin la jodida adolescencia. A los 25 sientes que estás en la plenitud de la vida, crees que ya has conseguido llegar a ser mayor, ya te empiezas a creer que eres adulto y, de pronto, cumples 30. Empiezan a tratarte como a un adulto y empiezas a darte cuenta de que de cada vez lo entiendes menos. Al cumplir los 35 empiezas a aceptar que posiblemente estés afectado por el síndrome de Peter Pan. A los 40 ya lo has asumido. ¿La edad? No, lo que asumes es tu incapacidad neuronal para “madurar”, sea eso lo que sea.

A partir de los 45 no es que empieces a perder la cuenta, es que no te da tiempo, que ayer tenías 47 y de pronto tienes 53. Y lo vas llevando, al menos sigues poniendo la crucecita en “Menores de 55” 

Y, de pronto, cayeron los 56. Ya no me afecta el debate de la crucecita si es en el grupo de “hasta 55” o “mayores de 55”. No hay excusas…

Y se empiezan a notar diferencias. Van siendo leves cambios pero una tiende a lo que tiende. 

¿Quién no se ha cruzado alguna vez con algún viejete (no, no escribiré viejeta porque me enseñaron que, en castellano, el masculino plural abarca a todos los géneros) con una mala leche del 15? Pues no es que esa persona tuviese mal humor desde la infancia, no es que le haya brotado de pronto, es que estaba contenido. 

Muchas veces he pensado que, si no fuera por vergüenza, haría, diría, esto o lo otro. Pues con 56 me doy cuenta que, o tiendo a vieja con mala leche o, simplemente, la mala leche la tenía ya de antes, pero la tenía contenida y ahora, de cada vez empieza a darme más igual. Y esto es sólo empezar. Aún noto que muchas cosas sólo quedan en mi cabeza, mi boca no llega a decir nada, pero va faltando menos…

El otro día (y ahora es cuando voy a contar una anécdota, que no es que la cuente porque sea más divertida ni nada por el estilo, simplemente es la última, la que recuerdo…) fui al supermercado. Bueno, me tocó el típico carrito huérfano en la cola de la caja. Cuando empezó a moverse la cola, como el carrito huérfano no llevaba control remoto, pues pasé delante de él. En ese momento llegó una señora diciendo que ella y su carrito huérfano iban delante de mí… (¡Ommmmm! Haya paz) Pues vale señora, que tampoco voy a perder un avión, pase usted delante que yo no dependo tanto de un par de minutos más o menos… Evidentemente, como sólo tengo 56 y no 76, todo esto lo pensé, pero la boca ni la moví. Y si la hubiera abierto, nadie lo hubiera visto. No puedo decir lo mismo de esa señora. A ella sí se le hubiese notado el más mínimo movimiento de boca, más que nada porque en 5º de pandemia esta señora aún no sabía que la mascarilla debe tapar la nariz… ¡Ay, si hubiese tenido 76! Me limité a hacer gestos a ver si la tía lo pillaba, pero…  Si a buen entendedor pocas palabras bastan, digamos que esa señora iba un poco justa de entendederas

miércoles, 4 de agosto de 2021

Una de pelos

 Ahí va, pues cuánto tiempo llevo sin escribir. Estaría bien poder decir en este momento que no he escrito más porque no tenía nada que decir, pero, antes de provocar una carcajada que pudiera llegar a ser hasta humillante, reconoceré humildemente que jamás tuve nada que decir. 

Pero ahora estoy en condiciones de poder decir algo. Seguramente no será nada relevante, posiblemente tampoco sea nuevo, pero ¿acaso esperabais algo diferente?

Me encuentro en condiciones de formular una nueva Ley de Murphy y, como toda ley, necesita su preámbulo. Y aquí va (que os sea leve…)

Pongo en antecedentes. Desde hace dos años contamos con un nuevo miembro en la familia. Una hermanita pequeña para Ojosnegros, rubita, simpática, obediente, con nombre de tubérculo, 4 patas e infinidad de pelos.

Todos habréis visto alguna vez como en cualquier habitación, cuando pasa un rayo de sol, se van viendo las motas de polvo volando a sus anchas. Pues en casa, además del susodicho polvo, le añadimos la tierra que levantan las obras que hacen delante de casa y, por si nos quedaba algo de envidia de las dunas del Sahara, ahora también comenzó otra obra en la parte trasera de la casa. Y, tras sumar toda esa porquería en movimiento, se le añaden los pelos voladores de la nueva miembro de la familia. 

Dicho esto, y puestos en antecedentes, ya sólo queda por imaginar el aspecto de la ropa oscura recién lavada…

Intenté eliminar pelos de la ropa con el típico cepillo de la ropa, pero sólo conseguí que los pelos de una prenda salieran volando hacia otra prenda oscura. 

Intenté con esas cosas que, en definitiva, no es más que pasar una cinta adhesiva por la prenda y a esperar cuánta porquería queda pegada en el adhesivo y cuanta continúa en la prenda.

Me planteé la depilación láser para la perra (perdón, por si no os habías dado cuenta, el nuevo miembro de la familia es un cánido) pero creo que a lo mejor ella se sentiría algo desnuda. 

Y en esas andaba yo, dándole caña a la neurona a ver si se las ingeniaba de alguna manera medianamente eficiente para eliminar el problema de las partículas voladoras de nuestro hogar. 

Un día me decidí a probar con un aspirador de esos de coche… Pues qué buena idea, hasta que se acabó la batería. 

Hay, si no fuera tan tacaña seguramente me habría estirado un pelín más a la hora de comprar el aspirador y, quien sabe, a lo mejor hubiera llevado una de esas lucecitas que te van indicando lo que queda de batería…

La segunda vez que me quedé con una camiseta negra aspirada de pelos a medias, decidí poner remedio a la situación. 

Bueno, la solución tampoco requirió de un máster, bastó con comprar un aspirador igualito al anterior y cuando se usa uno, se carga el otro. Fácil.

Una vez solucionado el tema de la intendencia, llegó el momento de empezar a dejar la ropa oscura libre de pelos, polvos y pelusas.

Y saco mi tabla de planchar, coloco la prenda en cuestión y enciendo el aspirador. Y vas pasando el cepillito por la prenda, y se va tragando los pelos, y empiezas a sentirte realizada como persona porque estás ganando la batalla a los pelos de la mascota. Ya estás en niveles altísimos de orgullo cuando, ¡zas!, pelito enganchado en tejido. Empiezas a realizar extraños movimientos corporales con la intención de que el cepillo del aspirador pase por el tejido en todas las direcciones posibles, pero ahí sigue. Y llega el momento de la rendición. Eres consciente de que el pelo vivirá en esa prenda hasta que tú intentes hacer una especie de pinzas con tus uñas para retirarlo. Te rindes, empiezas a mover los dedos de la mano que queda libre (la que no lleva el aspirador), asumes que el pelo ganará cuando de pronto, sin apenas proponértelo, la mano que lleva el succionador de porquería hace un movimiento que ni te habías propuesto y el pelo desaparece quedando la otra mano con una postura de garra que agradeces estar sola y que nadie lo haya visto.

Y ahí viene la nueva Ley de Murphy:

El nivel de enredo de un pelo en una prenda de vestir es directamente proporcional a la dificultad de eliminarlo. Claro que, hasta este punto, más que una Ley de Murphy, esto es una regla matemática sin más, pero falta añadir la última variable:

La resistencia ejercida por el enredo disminuirá de forma inmediata en el momento en que cese la resistencia a su eliminación.