miércoles, 20 de marzo de 2013

Con su blanca palidez


Hoy llegaba tarde a casa. Entre pitos y flautas me había retrasado algo más de lo habitual. Ya en el ascensor sólo era capaz de pensar en volver a encontrarme con él. Casi no acertaba a meter la llave en la cerradura y creo que aún fui más torpe intentando cerrar la puerta. Fui quitándome la ropa por el pasillo y por fin llegué a su encuentro. Estaba como siempre. Tan blanco, tan frío. Sin poder soportar más la espera salté encima de él. Al momento nuestras temperaturas se fueron igualando y, sin saber exactamente cuándo, dejé de notar su blanca frialdad. Cuando ya me sentí aliviada empecé a pensar en él. De hecho, no recuerdo haberme parado a pensar en él tanto tiempo como en ese momento. Me di cuenta que nunca había sentido tanto cariño por él y siempre lo había visto como una carga, un trabajo diario por hacer a regañadientes, una obligación. Pero mi latente egoísmo volvió a apoderarse de mí y, casi sin pestañear, tiré de la cadena, me lavé las manos y la neurona se dedicó a otros asuntos…

 ¿Qué esperábais? Llevaba mucho tiempo sin escribir.