miércoles, 18 de enero de 2012

Y pasó el tiempo


Ay, cuánto tiempo. Si ha cambiado hasta el año. Pero es que no nos damos cuenta y ¡zas! Te pasan un par de meses. Primero me cogí un par de semanas, o tres, de vacaciones. ¡Guau! Por fin un descanso. Y con tiempo para todo. Imitar la vida del jubilado, salir, ver la tele, levantarse tarde, rascada de ombligo a dos manos. Pero aquello duró apenas un pis pas. De pronto y sin previo aviso, la Navidad. Todo lo relajada que se había quedao la neurona se fue al garete y el poco margen de cordura que había ahorrado en las vacaciones se gastó en navidad, como la cuenta corriente, igualico, oye. Si es que la navidad, para mi, es como un chute de estrés. Y para colmo en fin de semana. A ver, que yo necesito un par de días más. Bien para prepararlas, bien para olvidarlas. Y, partiendo de la base que, para mí, lo mejor de las compras es cuando sales de la tienda y consigues respirar aire fresco (que no puro), al menos con el tiempo he conseguido poder limitar el tiempo de las compras encomendadas por “sus majestades” a dos tardes. La tarde de la gran compra y la tarde de los olvidos o imprevistos. Eh, va en serio, que lo sufro y mucho. Además, una es del género tacaño y lo de andar gastando euros a mansalva me duele. Que no hablamos de 20 o 30 euros, no. Ni de 50 o 60, que ya… ya. Bah, mejor ni pensarlo. Y ya ni hablar del palo emocional. Con perdón, vale, pero ¡joder con las putas navidades! Eso, que mejor ni pensarlo. Y por fin parece que el mundo vuelve a la normalidad. Comienza la bendita rutina. Nos cuesta algo adaptarnos pero volvemos a la rutina diaria.

De todas formas, hay algo que siempre quedará de estas últimas navidades. Todo mereció la pena sólo por ver esos ojos negros de princesa de seis años emocionados y nerviosos (huy, perdón por la cursilada. Otro efecto secundario de las navidades)

De entre las chorradas que solemos desear y desearnos o proponernos para el año nuevo se me olvidó proponerme el no enterarme de las noticias. Aunque normalmente, en el día a día, procuro limitarme a “los recortes de prensa” (je, je. Tú sabes lo que son los “recortes de prensa”, gracias) de vez en cuando cometo el error de poner en la tele algún telediario. Era lo que le faltaba a la neurona para empezar a reptar por las paredes. Y es que cada día es lo mismo. Cuantos más telediarios veo más siento que intentan manipularme. Están los fijos. Crisis, política, ladrones, juicios. Que decir que no se haya dicho ya. Y cada día sale alguna que otra perla, a cual más bestial. Luego están las noticias de relleno. Esas que pueden llegar a ser todo un temazo o puede que se queden en nada. Hoy decían en un telediario que ha subido el número de atropellados que usan auriculares… Algunos, poco más o menos que ya estaban proponiendo prohibir el uso de auriculares en la calle. Y digo yo, ¿lo siguiente no será prohibirnos pensar? A ver, yo soy una de esas que suelo ir por la calle con mis auriculares escuchando mi música. Reconozco que el volumen suele ser alto, pero con responsabilidad. Si alguien me habla me los tengo que quitar porque no me entero de lo que dicen pero el ruido, lo que es el ruido, se oye. Si pasa un autobús cerca, se oye. Mucho más si me pegan un bocinazo. Eso sí, si voy despistada ya me puede explotar la atómica a quinientos metros que yo a lo mío. Es curioso, normalmente cuando voy despistada suelo olvidarme hasta de ponerme música. ¿Qué ha subido el número de atropellados que llevan auriculares? Evidente. Ha subido el número de personas que llevamos auriculares por la calle. Pero mira, si cuela, a lo mejor consiguen poner un impuesto por el uso de auriculares en la vía pública o, directamente, multarnos por cruzar la calle con los auriculares puestos (y luego nos quejaremos de que vaya la peña con el peaso radiocasete encima el hombro)

Lo dicho, no consigo superar esta relación amor odio que tengo con las noticias.