miércoles, 17 de agosto de 2011

Aquellos maravillosos años


¡Ay! Hoy toi pelín tonta. Y digo lo de “pelín” porque me quiero mucho y me trato con cariño, si no, hubiera puesto “totalmente inestable”, hubiera suprimido el “hoy” y el “toi”, que se supone viene del verbo estar, lo hubiera sustituido por un “soy” Vamos, que si no fuera por lo que me quiero hubiera escrito “peazo tontería que siempre tengo. Eso, pelín tontona, con ciertos aires nostálgicos (un aire es lo que l´ha dao a la neurona) Y me dio por pensar en los que tenemos cierta edad… (que tampoco es cuestión de especificar), los que sabemos qué era el UHF, los que “descubrimos” el color en la tele, los que vivimos el estreno de Heidi y su secuela (Marco), los que sabemos quienes eran los chiripitiflaúticos, vimos La Casa del Reloj y un globo, dos globos, tres globos. Los que sabemos quien fue Mª Luisa Seco, los que hemos recibido chorrocientos correos que nos recuerdan lo fabulosísima que fue nuestra infancia de juegos en la calle con amigos, dándonos de leches unos a otros y rodillas llenas de heridas. A nosotros, los de la generación de los sesenta y alrededores.

Vale que nuestra infancia fue divertida (algo que se espera ocurra con cualquier infancia) y que teníamos una libertad que ahora no tienen, o eso nos creemos, porque la falta de memoria parece que hace auténticos estragos en nuestra percepción de la realidad infantil actual.

Si es que parece que hemos olvidado por completo las cosas que nos decían los mayores. A quien no le pasó aquello de ver en la tele el anuncio de un juguete nuevo, pedirlo y que te lo negaran. Que lo peor no era que no te lo compraran, lo peor era el discursito que te metían pá justificar que no te lo compraban y punto. Uno se enfurruñaba porque no le iban a comprar el juguete en cuestión, te ponías de morros y ¡zas! Discurso al canto. Aquello de que si ya tienes muchísimos juguetes, que no sabes lo que es tener apenas un trozo de cartón p´hacerte un coche (o un trapo p’hacerte una muñeca, según el sexo del que se enfurruñaba), que mira cuantos juguetes tienes ya y pa’ti sólo, nada de compartir una pelota con tus diecisiete hermanos… Y no digamos ná si se te ocurría protestar porque era el cuarto día seguido que pá merendar te daban un cacho pan con quesito… Es que no sabéis lo que es pasar hambre, que ya hubiera dado yo lo que fuera por poder merendar todos los días, que mira que sois caprichosos, cada día una merienda diferente, que dónde iremos a parar… porque a mis padres se les hablaba de usted, que si patatín, que si patatán. No es que sea literal lo de patatín patatán, es que a esas alturas del discurso la neurona ya había perdido totalmente el contacto con la realidad y, en vez de escuchar el mismo discurso por enésima vez, te quedabas observando el embriagador vuelo de una mosca que en ese preciso instante había dejado de ser cojonera para convertirse en una especie de hada Campanilla que volaba y volaba. Por cierto, que gracioso eso que hacen con las patitas delanteras, que parece como si se estuvieran lavando la cara. Está claro que no me he fijado en eso viendo documentales de insectos, es fruto de largos e interminables discursos maternos.

En esa época ya teníamos algunas cosas muy claras:

·         El discurso de los mayores es un auténtico peñazo

·         Siempre están con lo mismo. A ver que culpa tendré yo de hayan nacido en el paleozoico (iba a decir que los de ESO lo buscaran en la enciclopedia, pero como no voy a explicar lo que es una enciclopedia… los de ESO que lo busquen en google)

·         La vida no es justa. Fulanito tiene más juguetes que yo, menos hermanos que yo y cada día merienda algo diferente, y algunos días merienda nocilla…



No recuerdo exactamente cuando, pero perdimos la memoria. Nos enviamos correos en los que añoramos aquella época, hemos hecho un lema de la frase “cualquier tiempo pasado fue mejor” y agobiamos a nuestra descendencia con los mismos discursos, algo modernizados, sí, pero los mismo. Los soltamos y nos quedamos tan anchos.

Pues ahora propongo un ejercicio mental (que del ejercicio corporal, o deportes varios, igual alguno ya no está pá según que trotes) Nos relajamos (Ommmmmm, Ommmmmm) Recordamos cuando éramos niños… ¿Ya? Vale, ya somos niños. Pues ahora nos venimos a esta época y nos sentimos niños del S. XXI. ¡ES UNA PASADA!

Vale que estaba muy bien eso de salir a la calle y ponerte a jugar con los amiguitos. Todos hemos jugado a correr, a pilla pilla, al escondite y mil quinientos juegos más pero ¿qué hubiéramos hecho si nos hubieran dado una consola?

El partido de fútbol en la plaza de la iglesia con los patadones que nos arreábamos lo hubiéramos cambiado por una partida de la consola, eso sí, con multijugador (bastante más seguro, vaya usted a parar)

Si ya nos parecía una pasada el juguetito ese que era como una partida de tenis electrónica, imagínate si nos hubieran dado una maquinita con nosecuantos millones de colores.

Yo jugaba con recortables (en mi tierra se les llama Mariquitinas).Ahora tienen en Internet millones de juegos para vestir muñequitas, maquillarlas, decorar sus habitaciones, hacer comiditas, en fin, lo que quieran.

En cualquier familia que se preciara había una caja de los Juegos Reunidos Geyper, pa' los días de lluvia o cosas por el estilo. Bueno, simplemente me parece imposible hacer cualquier tipo de comparación entre los juegos reunidos Geyper y la consola de videojuegos más cutre del mercado.

Y lo mejor, todo lo nuevo no quiere decir que se haya perdido lo “antiguo”.  Yo veo jugar a mi nieta (seis años) y lo veo. Ella juega como podría haber jugado yo, sólo algunas pequeñas diferencias. Yo tenía la Nancy, una, la de toda la vida (de hecho, en las últimas navidades intenté que se la pidiera a los RR.MM porque habían sacado una caja con la Nancy azafata, la que yo tuve, y la nueva, pero no coló, ganó una especie de barbie con alitas a lo Winx) ella tiene barbies, no me he llegado a molestar en contarlas. Mi Nancy tenía sus trajecitos, sus barbies tienen disponible todo el Zara. Yo tenía una cocinita con sus cacharritos, ella tiene el carrefour en miniatura. No volveré a hablar de la plastilina pero sí comentaré que la plastilina que yo podría tener disponible era la que sobraba de los trabajitos del cole y ella tiene cantidad de botecitos de pasta de modelar. Salvo alguna que otra pequeña diferencia, siguen jugando más o menos igual a como lo hacíamos nosotros. Pero, además, tienen lo nuevo. Tienen canales de televisión sólo para ellos, ya no tienen que aguantar las noticias por decreto, se pueden ir a otra tele a ver sus dibujos, porque hay otra tele, seguro, en todas las casas hay otra(s) tele(s). Para cuando no tienen ganas de ver la tele, o quieren ver algo en concreto, tienen sus pelis en dvd o el youtube, que puedes ver prácticamente cualquier dibujo que quieras. Y que no es que se haya perdido lo de jugar en la calle, lo que se ha perdido es la libertad de bajar a la calle cuando nos daba la gana, ahora tenemos que bajarlos nosotros y estar ahí mientras juegan. Así que, la próxima vez que pensemos en lo fabulosa que fue nuestra infancia callejera, pues a sacar los críos a la calle. Que la generación digital tiene muchas cosas buenas y divertidas. Además un niño es un niño, o eso debería.  

martes, 16 de agosto de 2011

Vergüenza ajena


Quien haya leído otras chorradas de las que me pega por escribir pensará que lo que voy a decir no es cierto, pero no, es verdad, de verdad (uf, ya m´he liao)  Pues eso, que la verdad es que soy bastante pudorosa, vergonzosa y con un sentido del ridículo bastante acuciado. Dicho esto, ahora cuento.

El otro día se rompió el palo de la fregona. Vaya, que menudo disgusto me llevé al darme cuenta, un sábado por la tarde, de que no podría fregar hasta el martes, que el lunes ha sido fiesta. Eah, que menuda congoja. Pues llegó el martes, hoy. No ha estao mal, se ha superado el trauma de volver al curro después de tres días y, a fin de cuentas, ha sido un buen día, con visitas de compañeros que se fueron y todo. Ha estao bien.

Y tocaba ir a comprar. En fin, el tema de la fregona, como es un tema que me preocupa más bien poco, pues no estaba entre mis prioridades pá la compra. Es más, hubiera bastado nada para olvidarme del tema por completo. Pero llegar a casa y encontrarme a la vecina fregando delante de la puerta no me facilitó mucho el poder olvidarme del palo de la fregona. Una, en el fondo, tiene su puntito responsable así que, p’allá que me fui a hacer la compra.

Iba yo volviendo a casa, con mi bolsita “ecológica” de la compra con cuatro cositas al hombro y en la mano… el palo de la fregona. Cosas que pasan por la cabeza. De pronto la neurona se creyó una especie Bruce Lee y pensé que sería imposible, con el palo de la fregona en la mano, que alguien intentara atracarme. En ese momento me imaginé a mí misma pegando saltitos, lanzando patadas al aire y dándole vueltas al palo de la fregona como hacen los que hacen cosas de esas con los palos. Entre las ganas de la neurona de hacer el numerito y mi muy enorme sentido del ridículo, gané yo. Que no es por nada, es que son la pila d’años viviendo en el mismo barrio, que la gente, de una u otra forma, más o menos te conoce, que vale que lo que diga la gente a todos nos importa más bien poco, pero todo tiene un límite, y que bastante mal lo pasé tratando de contener en plena calle el ataque de risa que me pegó imaginándome a mi misma haciendo de judoka con el palo de la fregona. Vamos, que casi que me veo y no es que sienta vergüenza de mi misma, mejor siento vergüenza ajena porque es que ni me conozco.


El misterio de las nueces

Tengo yo un tuppper (traduzco, tupper = recipiente de plástico, de más o menos calidad, pá guardar alimentos y otras cosas). Eso, que tengo yo un tupper donde suelo guardar las nueces, cuando las compro ya sin cáscara, que me gusta a mi echarle nueces a las ensaladas. Por cierto, para cocinar o echarlas en la comida, pá un uso rápido, vaya, recomiendo comprarlas sin cáscara porque así no da pereza usarlas. Pero si una se compran las nueces para guarrear (guarrear, comer guarrerías, chuches…) mejor comprarlas con las cáscaras así entre que abres una y otra pasa algo de tiempo, que por mu sanas que sean las nueces, un atracón es un atracón. A lo que iba, la otra noche me hice una ensalada y le eché nueces. Al día siguiente fui a echar mano de las nueces (esta vez pá picar, todo hay que decirlo). Abrí el armario donde las guardo… no estaban. Busqué en la bolsa del pan, no se, quizás por aquello de que también hacen pan con nueces, tampoco. A partir de ese momento ya empecé a buscarlas por cualquier parte. Microondas, lavaplatos, el armarito de las cosas de limpiar, el cajón de los cubiertos... Busqué hasta dentro de la lavadora. Vacié el congelador, le di una vuelta a la nevera… nada. Tras largas horas de búsqueda y de recordarme a mí misma que ya empiezo a estar algo gagá, hice lo propio, pasar del tema. Ya había tomado la decisión irrevocable de olvidarme de mi tupper y comprar al día siguiente más nueces (¡Ay! Si todos los problemas fueran así) Así fui pasando el día, buscando el tupper de las nueces, cuando ya llegó la hora de ir preparando la cena. De verdad, de verdad, de la buena, que yo había mirado en la nevera lo menos seiscientas setenta y tres veces, que la tapa del tupper es verde, de ese verde que no pasa desapercibido. Pues de pronto, al abrir la nevera para sacar nomeacuerdoqué, ahí estaba, mi tupper de nueces de tapa verde. Vale, vale. Que la lógica ya la se, que está claro que la noche anterior, al guardar las cosas de la ensalada, guardé las nueces en la nevera, ya lo tengo claro, ya. Pero es que yo no soy lógica así que, el perder el tupper de las nueces me supuso pasarme tó’l día dándole vueltas a la cabeza (y a la cocina entera) buscándolo para luego, al encontrarlo, pasarme lo menos cuatro horas pensando como fui capaz de abrir la nevera 673 veces y no ver esa tapadera verde. Vamos, que fue tal el trauma que me pegó el haber perdido y encontrado el tapper de las nueces de tapa verde que hasta he tenido que escribir esto. Lo dicho,¿ qué no daría yo porque todos los problemas fueran así… ?

jueves, 4 de agosto de 2011

Son cosas de la noche

Tenía que hacerlo. De noche, casi sola (porque la niña durmiendo no cuenta como distracción) Mi bendito, después de un mes haciendo de canguro to’l día necesitaba mantener otro tipo de conversación que no fuese sobre Bob Esponja o las Winx. Algo de contacto humano con otros tipos altos y rudos como él (y que l’han enredao los colegas y a un colega nunca se le dice que no, vaya) P’os eso. Más aburrida que la una. Mil cuatrocientos canales para acabar poniendo en la tele la típica película que he visto unas ocho mil veces y, además, de llorar. “El imperio del sol”. Para mí, una película buenísima, consigue sacarme el lagrimón y es algo que han conseguido sólo unas pocas películas, pero que prefiero verla sola. Si es que te corta el rollo. Claro que ya podría haber puesto algo más alegre en la tele y, a lo mejor, no estaría escribiendo pá no deprimirme con las penas de la peli, pero a veces me sale esa venilla pelín masoca que todos llevamos dentro. Y como ya la he visto tantas veces puedo estar haciendo otras cosas sin perder el hilo. Así que, tenía que buscar algo más que hacer. Ya se sabe, las mujeres solemos hacer varias cosas a la vez y en este momento la opción de ponerme a hablar como una descosida no es que no sea factible, que lo es, es sólo que no tengo nada que decirme.

Y eso, que no tenía otra opción. Bueno sí. Estuve barajando durante una rato la idea de sacar las herramientas y colgar un par de cuerdas del techo pa’hacerme un columpio y así mañana poder decir en el curro que anoche me estuve columpiando un rato, pero cuerda de esa no tengo, que de oro tipo de cuerdas, tengo pa’ rato.

Y en estas ando. Había que entretener a la neurona con algo. Así que, saqué el ordenata y ¡hala, a teclear como una posesa! Pero sólo lo hago porque la opción de columpiarme no estaba disponible. Y otro detalle bastante importante, no son horas de andar haciendo agujeros en el techo con el taladro, aunque algún vecino se lo merece. Y no digo “algún” en plan general, digo “algún” porque realmente no sé a quien me refiero, pero a su madre le tienen que estar pitando los oídos desde la otra noche.

Mira tú por donde, empecé a escribir porque la neurona estaba empezando a pegarse cabezazos sin saber qué hacer, y ahora me acabo de acordar de la historia de la otra noche.

Chan, chan, chan… Me sitúo.

Típica noche de verano, pastosa. Una que intenta dormir pero la niña ha decidido someterme a una especie de tortura. Se l’ha descuajaringao el sueño y, cosas de las vacaciones, se está acostando a las mil quinientas. Para colmo, no quiere que cerremos la puerta del cuarto porque le gusta ver la luz (y la tele) Eso en invierno, vale. Pero en una noche de verano pastosa, como suelen ser casi todas las noches de VERANO, significa apagar el aire acondicionado y apañártelas con el ventilador, por aquello de ahorrar y que no se vaya el fresco por la puerta abierta. Al fin se duerme. Me acurruco en mi cama y hago todos mis rituales pá mandarme a dormir (sí, yo me digo a mi misma “a ormir”, como me decía mi papá) Cuando noto que la química empieza a aliviar los problemas del insomnio y empiezo a notar que mi mente abandona mi cuerpo (píiiiiiiii, cursilada, perdón) Pues justo en ese mágico momento… - abuelaaaaaaa, ¿me tapas?

Intento dominar los músculos de mi cara para tratar de esbozar cierta sonrisa que oculte la mala leche que empieza a salirme de las mismísimas orejas. Voy, la tapo, le doy agua, un besito, un abracito… y vuelta a empezar. Me vuelvo a acurrucar en la cama, catorce mil vueltas hasta encontrar la postura más cómoda. Es curioso, en esos momentos siempre me acuerdo de los perros, que siempre dan cincuenta mil vueltas antes de tumbarse, y como alguien me compare con una perra le arreo tres bocaos que le arranco el bazo. También me empiezo a acordar de una peli de Stallone, que está preso y le torturan no dejándole dormir. Diez minutos más tarde, cuando vuelvo a notar, otra vez, que casi que me voy a quedar dormida… - abuelitaaaaaaa, un beso.

La niña no es tonta y sabe que ante cualquier chorrada igual aparece Mrs. Hyde totalmente descontrolada, pero ante la petición de un beso…

Esas idas y venidas por el pasillo pueden repetirse hasta que, finalmente, me cambian la cara, la voz y la niña se da cuenta que mejor no seguir tocando las narices.

Tres mil quinientas de la madrugada. Los viajecitos por el pasillo ya han acabado. Me estoy quedando totalmente p’allá, creo que, incluso, hace rato que empecé a roncar. De pronto suena el portero automático. No era un pitido de aquellos de – Oiga, ¿están despiertos? ¿Me puede abrir que me he dejao las llaves y perdone usted las molestias? No, que va. Era una pitada de aquellas de – Oye, tú. Despierta. Fuego.

Pocas veces me he levantado tan rápido de la cama. Todavía hoy me estoy preguntando como fui capaz de llegar tan rápido al telefonillo sin haberme pegao ninguna galleta por el camino (normalmente, cuando me levanto por la noche, voy dando unos tumbos que parece me m’he cascao catorce cervezas, lo menos)

Cojo el telefonillo y me sale una voz totalmente acojonada, con perdón, que dice - ¿Si?
Y me responde la voz de un tío:
Tío: ¿Segundo?
Yo: - No, esto es el cuarto
Tío: - ¿Jesús?
Yo: - ¿Quéeeeeen?
Tío: - Pero ¿no vive ahí Segundo Jesús?
Yo:   Autocensurado 

Reconozco que, alguna vez, viendo el fútbol, algún partido de esos del siglo, he llegado a decir alguna que otra barbaridad, pero son cosas del fútbol. Lo de la otra noche… en mi vida he sido tan ordinaria ni le he llagado a decir a nadie semejantes barbaridades, el menos conscientemente, pero… son cosas de la noche.


martes, 2 de agosto de 2011

Más cosas de la tele

Ya he escrito alguna que otra vez sobre el afán ese que tengo de ir conociéndome a mi misma. Que sí, que soy consciente de la tremenda cantidad de tiempo perdido, pero a veces llego a darme cuenta de alguna que otra cosilla.

Durante innumerables lustros (pá los de ESO, lustro son cinco años) me he estado preguntando por qué no soy capaz de recordar la película que vi anoche y sin embargo los anuncios se me quedan grabados como a fuego. Pues creo que hoy he encontrado una posible respuesta (eso es seguridad en mí misma, sí señor). El quid de la cuestión está en la duración, con todo lo que eso conlleva.

Honestamente yo no le puedo pedir a la neurona que concentre su atención en algo durante unos 80 ó 90 minutos como mínimo. Tras un largo proceso de investigación he llegado a la conclusión que, pasados 3 ó 4 minutos prestando atención a la tele, la neurona comienza a pegarse barrigazos y a subirse por las paredes. Eso cuando no es atacada de lleno por las temibles ondas soporíferas Zzz1 (Quien no haya entendido la última frase, que vaya leyendo chorradas anteriores que escribí en el blog y sí, esto es autopropaganda) Por eso me gustan los anuncios. Son la película ideal pá la neurona. Duran unos veinte segundos, incluso las versiones largas de algunas campañas publicitarias de extreno siguen teniendo una duración respetable, neuronalmente hablando. Total, que con los veinte segunditos que duran de media, más el minuto y medio (aprox.) que suele pegarse la neurona desmenuzando lo que ha visto, sigue dentro del “Tiempo Máximo de Concentración Neuronal” ó TMCN como solemos llamarlo en el entorno neurológico…

La mayoría de los anuncios siguen los mismos patrones según el producto que quieren vender aunque, de vez en cuando, alguien se estruja un poco la sesera y aparece algo innovador. Y reconozco que, en el fondo, me gustan todos.

Me sigue llamando la atención la ingenuidad que llegamos a tener los humanos. Ejemplo, los anuncios de cremas y potingues varios pá la cara. No, por mucha crema antiarrugas que nos queramos untar JAMÁS tendremos la piel como la adolescente maquillada de veintimuchos que anuncia la crema pá las de treintatantosdemuchos, cuarenteañeras o cincuenteras que van a comprarla (las que ya cumplieron 60 o se dieron por vencidas o descubrieron la verdad) Que ya te puedes echar catorce capas de máscara de pestañas ultravolumen y extraalargamiento que tus ojos ni se van a agrandar ni se van a volver azules y, como te pases un poco y lleves gafas… acabarán pareciendo gafas de sol pero con el polarizado por dentro.

También hay anuncios de cosmética que consiguen el efecto contrario. M’explico. Si vas a anunciar una súper mascarilla pa’l pelo que arregla pelos tan castigaos que parece que han pasao por todas las peleas de los VI Rockys… no pongas en el anuncio a la misma tía que lleva ni se sabe cuánto tiempo anunciando las maravillas de tus productos. Es que yo, lo primero que pensé es cómo narices se habrá estropeado el pelo la tía esta si lleva tanto tiempo usando estos productos tan fabulosos. Aquí algo falla. O los champuses que decía que eran tan maravillosos son una auténtica porquería o la mascarilla súper fabulosa que lo arregla todo no es más que un suavizante concentrao…

Y dentro de lo que son los anuncios de cosmética y cosas de esas, mención aparte a los anuncios de colonias y perfumes. Pero no voy a escribir ahora de eso, más que nada porque no es el momento. Todos sabemos que la temporada de anuncios de colonias es la navidad. Ahora, con estos calores, es temporada de anuncios de cervezas (y ahora vuelvo a hacerme propaganda porque ya escribí algo, y habrá más, seguro)

Hay campañas que, aunque sólo sea por lo originales que son, ya se merecen que compres el producto o, al menos, que lo conozcas. Me encantan los anuncios de MiXta. Todavía no he sido capaz de saber si quien se inventa estos anuncios es un genio o un valiente, porque hay que tenerlos muy bien puestos para hacer un anuncio sacando una ardilla disecada pidiendo a gritos que le rasquen la espalda o a tres rusos bailando y cantando que los chalecos vienen de chalecoslovaquia. Me quedo con que es un genio, el amo de los creadores.

También hay campañas publicitarias muy sociales, aparte de los de ONGs. Mira, por ejemplo, los de aquiarius. Han conseguido que si uno tiene un nombre raro, de esos raros de verdad, no sólo no se sienta acomplejado sino que se sienta orgulloso de llamarse Floripondio o algo por el estilo. ¡Olé! Eso sí que es una auténtica campaña de sensibilización social y no lo de médicos sin fronteras.

Bueno, que por último iba yo a enredarme con los anuncios de detergentes, pero es un tema demasiado personal. Es algo que lleva toda mi vida peleándose con la neurona. Son tantas y tantas cosas las que me vienen a la cabeza cuando pienso en los anuncios de detergentes que la neurona necesita cierto tiempo pá ordenar las ideas. Así que, hasta pronto, espero. Y si es así, gracias.


lunes, 1 de agosto de 2011

El día en el que alguien salvó su vida

Andaba yo el otro día por la calle, tralarí, tralará, y me crucé con un chaval, bueno, que tampoco era un chiquillo. Estaba sentado en la calle, con su flamante nueva guitarra (fijo que era nueva, he visto guitarras más usadas en tiendas de música), tocando algunos acordes…

A ver, a mi me suele gustar casi cualquier expresión artística (normalmente el problema suele estar en lo que algunos califican como arte). A veces en la calle se llegan a escuchar verdaderas genialidades, pero de ahí a apuntarse a un curso de guitarra por correspondencia y practicar en la calle… Vaya, que eso no se hace. El chaval estaba sentado delante de una terraza de un bar de esos pa’ turistas (sobre todo por la clavada que te meten por un simple café) Un sitio fabuloso. La típica terraza de bar de cualquier ciudad, donde los que van a ver monumentos y cosas de esas se suelen sentar para descansar un poquito viendo un paisaje incomparable…

Bueno, puede ser que yo sea algo exigente en lo que a música se refiere, también puede ser que hacía calor y eso me pone con un poco de mal humor (no se me ocurre forma más fina de expresar mi estado de ánimo sin decir que tenía tal mala leche que le hubiese gruñido hasta a un buldog), o a la mejor era que andaba con un dolor de cabeza del quince, no se. Sólo recuerdo que de pronto la neurona empezó a pegar botes dentro de mi cabeza y no era capaz de pensar en nada que no fuera cómo hacerle tragar la guitarra al colega. Por suerte yo no estaba sentada en la terraza. Yo iba caminando y, mientras iba imaginándome como quedaría la figura del maromo con una guitarra entre pecho y espalda y, mentalmente, me iba limpiando la sangre que, lamentablemente, habría salpicado por todo… los turistas gritando como locos, algunos tapando la jarra de cerveza pa’que no les salpique dentro, otros sujetándome y llamándome trastornada, la poli acordonando la zona, catorce ambulancias llegando a socorrer al guitarrista, todo el tráfico de la ciudad colapsado (culpa de las catorce ambulancias, claro) Todo un pollo, vaya. Pues en esas que estaba la neurona cuando de pronto me di cuenta que ya estaba llegando a la parada del bus, el músico hacía un rato que lo había dejado atrás y ya no le escuchaba. Y ya no iba a volver p’atrás…

Fue un día en el que mi pereza salvó la vida de, quien sabe, a lo mejor un futuro Paco de Lucía o un Carlos Santana.

El calor, que es mu malo.