¡Vaya por Dios! ¡Cuánto tiempo! Y es que, tras un breve lapsus temporal (parecido, más o menos, a lo que duró la última glaciación) en el que la neurona se fue por uvas, dejándome en un absoluto estado de letargo… ¡HA VUELTO!
Y aquí estoy yo, sentadita delante de mi portátil, intentando recordar por qué ha pasado toda una era glacial sin que yo haya escrito nada, pero no me acuerdo.
Por un momento se me ha pasado por la cabeza la fantástica idea de que no habré escrito nada en el blog porque no tenía nada que contar… evidentemente la neurona s’ha revelao ¿es que alguna vez he tenido algo que contar? Por tanto, idea desechada.
Luego pensé que quizás haya sido porque he tenido mucho curro y muchas cosas que hacer… pero no, no cuela. Así que, tras un largo, duro y disputado debate conmigo misma y al no encontrar ninguna excusa medianamente decente, llegué a la conclusión de que la culpa fue única y exclusivamente de la neurona por dejarme totalmente abandonada y sin ninguna capacidad de… nada.
Claro que yo podría haber escrito ahora algo parecido a esto: “Llevo mucho tiempo sin escribir, sin conectarme al facebook y sin ni siquiera leer mis correos porque soy una mujer ‘moderna’ (por favor, moderen la carcajadas) tan ocupada con el día a día que apenas si he tenido ni un pequeño momentito para evadirme porque bla, bla, bla… “
Vaya, que no me gusta mentir
Pues eso, que yo quería escribir, pero al no tener a la neurona disponible no era posible expresar ningún pensamiento, más que nada porque no lo había.
Recuerdo que hace unos días (o alguna semana, da lo mismo) encendí el ordenador, me quedé mirando el escritorio un rato. Recuerdo pensar que no es propio de mí el escritorio que tengo. Es que es soso. Vamos, que no tiene ná. Ahí está el pobre soso, con ese fondo azul que viene de serie con el Windows este que lleva instalado, el Windows 7 starter (sigo pensando que me suena a pieza de coche). Que ya me gustaría a mí ser capaz de poder decir si es mejor o peor que el vista, o que si la interface está mejorada con respecto al xp... pero ni idea. Si ya ves, que pa’ lo que uso yo el ordenata casi mejor no meterse en muchos fregaos informáticos. Además, pa’ qué. Que para cuando a la neurona le pegan ventoleras informáticas del tipo “ala, venga, que me voy a montar una red doméstica” o “voy a convertir videos para el i-phone” y, al cabo de cuatro días de pelearme con el ordenata… llego a un lógico acuerdo con la neurona y hago lo más sensato que se puede llegar a hacer cuando uno se mete en semejantes lides, acudo rauda y veloz al colega del infortruco y ya’tá, problema solucionao (gracias chaval, mi nivel informático se hubiera quedado a nivel Spectrum sin tu ayuda y consejos). Pues eso, que ya desvarío, que después de estar mirando el escritorio del ordenata, lo apagué y me quedé embobada viendo nada en la tele.
En semejante estado mental, era evidente que lo de escribir era una auténtica utopía.
Ah, eso, que una de las cosas que he estado haciendo en esta era en la que no he hecho nada, ha sido ver la tele. Anoche estuve viendo una de los hermano Marx. Curioso lo que me pasa con la películas de los hermanos. Lo que llego a ver me gusta. Es más, me parto de risa. Me encantan. De pronto te sueltan unas frases que perece mentira que tengan los años que tienen y sean tan de actualidad. Son totalmente absurdas. Me hacen reír y es mucho más de lo que pueden ofrecer auténticos peliculones con las más modernas tecnologías y todo un equipo de guionistas detrás. Pero da igual. Es irremediable. Ya puedo estar lloriqueando de risa que, no podría explicar como, pero hay un momento en la película en el que es totalmente inevitable el quedarme dormida. No importa la película que sea. Yo creo que he empezado a ver todas las pelis de los Marx, pero enteras, lo que se dice ver una peli desde que empieza hasta el “the end”, en mi vida. Y con todas ocurre lo mismo. Yo la estoy viendo, me río, es más, me parto de risa, y, de pronto, me despierto sobresaltada por una especie de chirrido que intenta ser algo parecido a una sintonía de final de peli, la pantalla de la tele repleta de unas enormes letras con grafía inglesa que pone THE END y esa sensación de haberme perdido por enésima vez una peli de los hermanos Marx.
Pero yo hace tiempo que se por qué pasa esto. Son LAS ONDAS SOPORÍFERAS
(Aviso: a partir de aquí no me hago responsable del posible deterioro mental que pueda causar el seguir con la actividad que estás desarrollando –leer, pa’entendernos- Así que, avisados estáis los incautos, descerebrados y masocas mentales varios.) Sigo con lo que estaba.
…Y me alegro que el mundo virtual me brinde la oportunidad de dejarlo por escrito para cuando la ciencia demuestre la veracidad de mi teoría a ver si me adjudico el copyright y me jubilo en una casita en la playa…
M’explico. Es pura lógica.
Hay películas que emiten ONDAS SOPORÍFERAS. No todas las ondas soporíferas son iguales. Tienen intensidades diferentes.
Hay pelis que las emiten desde el principio y con una intensidad tremenda. Son esas pelis que tu te quedas esperando hasta que empiezan porque tienes ganas de verlas. Da igual el motivo. Puede ser una de esas que ves el trailer en la tele cuando la van a estrenar en el cine y te dices a ti mismo, yo espero a que la den por la tele. Llevas tres semanas viendo el anuncio, por fin, de “estreno en televisión”. Te preparas como sueles prepararte para eventos de semejante magnitud. Te comes los quince minutos de anuncios previos. Por fin comienzan las letritas esas del principio y… No te lo puedes explicar. Es sábado, te has levantado a las mil quinientas. Después de comer te has metido entre pecho y espalda una señora siesta de pijama y orinal de cuatro horas y, de pronto, se ha acabado esa película que llevabas tres años esperando ver. Intentas disimular. Dices cosas parecidas a “vaya peliculón”. Incluso te arriesgas con frases tipo “es que este actor es muy bueno”. Pretendes tirarte el moco diciendo chorradas como “muy buena la fotografía”. Ahí ya t´han pillao. No puedes pretender soltar semejantes tonterías después de que tus seres queridos hayan aguantado hora y media de ronquidos o toda leche, mientras te secas las babillas que te caen por la barbilla y sigues con un ojo cerrado porque no t`ha dao tiempo ni de quitarte las legañas. Libérate, no te sientas mal. Le peli es buena, pero emite ondas soporíferas a lo bestia.
Hay otro tipo de pelis que emiten un nivel de ondas soporíferas más bajo pero más constante. Son esas pelis como las de los hermanos Marx. Son pelis que te gustan. Las estás viendo y estás disfrutando pero, irremediablemente, llega un momento en el que caes. Pero es debido a las OO.SS. Llega un momento que tu cuerpo ha recibido tal sobredosis de OO.SS que es totalmente imposible mantener el estado de vigilia. Lo más prudente es reconocerlo y ser consciente de que jamás verás el final de este tipo de películas. Cuanto antes lo admitas mejor. Reconocerlo es el primer paso.
En mis interminables jornadas dedicadas al estudio de este tipo de ondas y su efecto en el ser humano, he podido detectar otro sistema de emisión de estas ondas. Son esas películas que puedes contar de principio a fin pero tú sabes que enteras, lo que se dice enteras, jamás en tu vida. Lo que pasa es que sumando los trozos vistos en las 3842 veces que lo has intentado pues sí que los vas uniendo y al final te crees que la has visto entera. Yo a esto le llamo “emisión aleatoria de ondas soporíferas”. Creo que esta técnica es algo más sofisticada, que no moderna, porque no se limita a emitir las ondas desde el principio y a toda galleta, como en el primer caso, o poco a poco pero inexorablemente, como en el caso dos. No, esta técnica va emitiendo de forma aleatoria y a una intensidad moderada. Eso te permite hacerte una idea de cómo es la peli en su totalidad, a cachos sí, pero con todos sus cachos, aunque te haya costado 3842 intentos.
Debería inventarse un aparatito, “el soporímetro”, para medir tanto el tipo como la intensidad de las OO.SS. Además, de la misma forma que cuando empieza una peli te ponen los iconos esos de la orejita, VOS y chorradas por el estilo, (¿dónde habrán quedado aquellos enormes rombos que nos mandaban a la cama de forma implacable?) podrían poner unas “Zzz” que indicarían el tipo de ondas. Zzz1, Zzz2 y Zzz3. En verde, intensidad moderada, amarillas en intensidad media y rojo en intensidad bestial. El Zzz1 en rojo sería un símbolo muy buscado a la hora de la siesta.
Hay algunos elementos que pueden aumentar o disminuir el efecto de las OO.SS en uno mismo. Un ejemplo son las gafas. En este punto lo siento por esas personas que van por la vida sin verla tras un cristal. Es quitarse las gafas y el efecto aumenta un mínimo de un 50%.
La luz es otro elemento bastante influyente sobre el efecto de las ondas. Al apagarla también aumenta su efecto en un porcentaje bastante alto.
La temperatura es un elemento que puede actuar tanto de activador como de inhibidor de las ondas. Si tienes un calor de esos en los que estás convencido que olor a barbacoa lo está desprendiendo tu propio cuerpo, es prácticamente imposible que puedan afectarte lo más mínimo las ondas soporíferas más potentes, las Zzz1 en rojo. En cambio, si tienes frío y te acurrucas con una mantita, estufa, o cualquier cosa o ser capaz de aumentar tu temperatura corporal, el efecto soporífero puede aumentarse a niveles insospechados, superando incluso a las gafas y la luz. Vamos, que con unas simples Zzz3 verdes podrías pegarte una sobada de 8 horas (ronquidos y babitas incluidos)
La comodidad no es un elemento evaluable básicamente por dos razones. Las personas solemos actuar básicamente de dos maneras. Los hay a los que les gusta ver la tele y, lógicamente, para hacer algo que les gusta se lo montan de la forma más cómoda posible. Y los hay a los que nos gusta ponernos cómodos y, ya que estoy cómoda, pongo la tele porque me gusta que haya algo que hace ruido e imágenes. Incluso a veces me divierte.
Por cierto, todo lo dicho sobre las ondas soporíferas en las películas es totalmente aplicable a cualquier tipo de emisión televisiva.
También suelen darse bastantes casos de sobredosis de OOSS en cines aunque parece que las nuevas tecnologías están evitándolas en cierta medida.
Ya está. Que conste que avisé…
Bueno, después de esto no me extrañaría que la neurona volviera a castigarme con su indiferencia y esta vez, en vez de irse a por uvas, se vaya definitivamente a beberse el vino.