lunes, 5 de noviembre de 2012

La hormiguita



Odio el verano, siempre lo he dicho y siempre lo diré, excepto cuando me jubile y pase los veranos emigrando a Finlandia, Groenlandia o a cualquier otro landia de por esas latitudes. El hecho de sudar por no hacer absolutamente nada no entra dentro de mis parámetros de bien estar. Podría tirarme horas hablando de las cosas que no me gustan del verano pero se haría más interminable que la Biblia por fascículos y, además, ahora que por fin empieza el buen tiempo, con sus lluvias, sus vientos, sus temperaturas por debajo de 30º, pues ya no tiene demasiado sentido acordarse de los calorros del agosto. Pero hay cosas que, por mucho que se acabe el verano, quedan grabadas como a fuego en la memoria (a ver si va a ser un tatuaje neuronal…)

Evidente, el título ya lo dice todo y no deja espacio para el misterio. Sí, una de las cosas que odio del verano es la hormiguita. Así, en singular. Porque no tiene ni punto de comparación encontrarse, vaya usted a parar, con toa una hilera de hormiguitas. Cuando uno se encuentra con toa la hilera de hormiguitas, pues tiene su punto y todo. Te las quedas mirando, buscas hacia donde van. Si han encontrado media magdalena por ahí, te pasas un buen rato mirando como se lo montan para lo del transporte y esas cosas que hacen las hormiguitas cuando encuentran cosas que les gustan a las hormiguitas. Te acuerdas de la película de pixar y hasta te empieza a dar pena lo que estás a punto de hacer. Vas siguiendo toa la hilera de hormiguitas para ver de donde vienen y te preparas para atacar hasta a la nave nodriza si se pone por medio. Allá que vas, bote de insecticida en mano, a intentar hacer justicia divina… porque la magdalena es mía. Rancia y mordida, si, pero mía. Y les cascas lo menos medio bote de insecticida. Cuando empiezas a pensar que quizás el ADN de los humanos y las hormiguitas tenga más en común de lo que podamos creer, ese es el momento de dejar de pulsar el spray. No por las hormiguitas que a esas alturas ya están todas bastante intoxicadas, es que luego nos vamos por ahí quejando de que si la capa de ozono, de que si el cambio climático… Pero t´has pegao el gustazo de cargarte a toda una población de hormiguitas. Pegas un escobazo a los cadáveres y al resto de magdalena y, ala, a otra cosa, pero con la sensación del trabajo bien hecho. ¡Qué satisfacción! Pero… ¿qué ocurre cuando ves UNA hormiguita? No vas a salir corriendo a por el bote de insecticida. Total, por una hormiguita… ¿Y qué haces? Tampoco es cuestión de matar por matar, es sólo una, y no me está quitando nada. La veo tan pequeña, tan indefensa. Pero, claro, esta no es más que una exploradora. Si la mato seguro que viene otra, porque seguro que hay otra. No la veo, pero está. A lo mejor me está observando, o está esperando a ver si la exploradora encuentra algo. Te tiras lo mismo diez minutos intentado decidir tu próxima acción. Pero da igual lo que hagas, puedes decidir matarla de trescientas cincuenta y cuatro formas diferentes pero no habrás conseguido eliminar el problema. Te queda sufrir días y días de tensa agonía esperando encontrarte toa la hilera de hormiguitas que seguían a la exploradora o, en el mejor de los casos, que la neurona encuentre pronto otra distracción y se olvide de la tontería de las hormiguitas.
 
Será por eso que he tardado tanto en volver a escribir, estaba buscando toa la hilera de hormiguitas que no se atrevieron a aparecer.

lunes, 9 de julio de 2012

¡Ahí va! ¡Cuánto tiempo!


Y de pronto, ahí estaba yo, esperando el bus, en ese lapsus de tiempo que va entre que dejas el papel de "currito" para meterte en el papel de co-cabeza de familia. Por cierto, lo de co-cabeza es porque no puedo entender que se siga usando hoy en día la expresión "cabeza de familia" en familias no monoparentales y, como mi familia no lo es, pues de momento los dos adultos (sí, cierto, nos creemos que lo somos, adultos) somos co-cabezas de familia. Pues eso, que ahí estaba yo, con la neurona a toa galleta... que a ver que cenamos esta noche, que siendo lunes ya me podría haber espabilado y dejar algo preparado el domingo, creo que debería organizarme mejor. Quizás debería ir a comprar algo... Mejor no, que tengo el congelador bastante a tope, de polos, vale, pero a tope. Bueno, el sábado hice la compra y algo podría haber sacado del congelador, pero no lo hice y ahora es tarde para lamentarse. También podríamos acudir al socorrido bocata, de hecho creo recordar que en la nevera había embutidos o algo susceptible de quedar atrapado entre dos cachos de pan pero, claro, al menos debería comprar pan.... Ah, menos mal, ya llega el bus. Si no recuerdo mal, fue cuando la neurona estaba en modo "searching" intentando localizar algún sitio cerca de mis trayectos donde se pudiera comprar algo parecido a una barra de pan cuando de pronto me acordé del fabuloso Fernando Fernán Gómez y, simplemente, pensé... "a la mierda". Intenté pasar a desconexión para empezar a observar todo lo que veía. De pronto, casi por arte de magia, empecé a ver el paisaje. ¡Qué cosas! Mira tú, la gente paga por venir aquí de vacaciones para ver lo que yo estoy observando ahora y estuve a punto de no ver. ¡Qué bonito que está el mar! Y mira esos barquitos, que a gusto que deben estar los que estén ahí dentro. Ah, qué curioso. Una familia de rusos en el bus. Pues va a ser que no todos los rusos que vienen aquí de vacaciones son tan ricos, si lo fueran hubieran pillado un taxi o alquilado una limousina. Por otro lado, lo de ruso me lo estaba inventando. Raro sí que hablaban, sí. De hecho sí parecía que hablaran ruso pero había varios detalles que me hacían pensar que no lo eran. El primero era eso, que iban en autobús, y ya es raro ver a un ruso de vacaciones en un autobús. Otro detalle, estos no llevan bolsas de Loewe o Louis Vuitton, estos llevan bolsas de Zara y El corte inglés, y de rebajas. Y luego, el volumen de sus voces. No gritaban, hablaban con un volumen parecido al nuestro. Definitivamente, pensé, lo de ruso me lo estoy inventando. Además, ¿por qué cuando hablaba el hombre me parecía estar viendo a José Mota haciendo la parodia del butanero. Debe ser eso. Seguro que son rumanos (o algo por el estilo). ¿Y por qué todos los butaneros son rumanos (o algo por el estilo)?
Debo aprender a no dejar a la neurona correr a sus anchas, debo aprender a controlarla aunque sólo sea un poquito.
Fue todo muy rápido. La neurona se quedó pillada recordando a José Mota de butanero y cada vez que el pobre hombre abría la boca yo no sabía que hacer para poder controlar mis carcajadas. Al principio fue sólo una leve sonrisa que podía disimular fácilmente haciéndola pasar como gesto de alegría al ver estos fabulosos paisajes que habían pasado de foto costera con el mar y sus barquitos a lo lejos para convertirse en un típico paisaje de autopista a reventar. Afortunadamente pude encontrar la forma de justificar mis ahora puras carcajadas. Saqué el móvil e hice como que leía algo muy gracioso. Y es que el hombre no paraba de hablar y yo sólo escuchaba a José Mota diciendo que los chistes españoles no tienen gracia.
Menos mal, ya estaba llegando a mi destino y se había acabado la autopista. ¡Qué casas más monas! Claro que esto parece un folleto de trabajo de arquitectura. No se, tal vez sería más bonito si todas las casas tuviesen algo en común. No digo yo que fueran de esas calles en las que uno, necesariamente, se tiene que equivocar de casa porque todas son iguales. Pero es que aquí cada una es de su padre y de su madre. No me resulta muy atractivo ver una casa supermodernista de líneas rectas, cristales y acero al lado de una de piedra con su tejadito de tejas y su chimenea. No por nada, es que no soy capaz de decidir cual me gusta más y se me crea un doble o triple problema de envidia.
Menos mal, ya estoy llegando. ¿Cómo habrá pasado el día Ojosnegros? Bueno, entre tontada y tontada ya había conseguido cambiar el chip a maruja total y comenzó la siguiente etapa del día.
Bueno, sólo confesar una cosa. Por si alguien sufría por la nutrición de mi familia... no, no cenamos de bocatas. Al final me decidí a entrar en el supermercado con la idea de la barra de pan pero, ya que estoy aquí... acabé comprando lo justo para hacer una cena decente.    

jueves, 8 de marzo de 2012

Tortura mental


Si es que hay torturas que el cuerpo humano sólo es capaz de soportar por puro amor...

Niña de casi siete años con un auténtico síndrome de Barbie súper fashion y disfrazada de lo que aparentemente podría ser una especie de Shakira. Micrófono de Hello Kitty con volumen a tope, efecto 3D y sonido de aplausos. Pequeño notebook y en el youtube un video pa´hacer el karaoke, conectados auriculares para poder escuchar la música sin ninguna distorsión o sonido ambiental. De pronto, unos extraños alaridos… “nosaaaa nosaaa, asi vose me mataaaaa…”

Yo, presa del pánico, buscando por el google el teléfono del exorcista más cercano (esos espasmos y alaridos sólo podían ser fruto de una endiablada posesión) decidí encerrarme en mi cuarto durante un rato y dejar a Ojosnegros disfrutar de su momento de gloria.

Reconozco que, tras cinco minutos de “ay si eu ti pego”, las paredes de mi cuarto estaban retumbando en mi cabeza y la neurona ya se olvidó de la bucólica imagen del karaoke infantil. Entendí el verdadero motivo de los auriculares. No eran para escuchar mejor la música, no. Se los puso para no escuchar mis alaridos. Al final tuve que acudir a la tan socorrida excusa de “no es por mi, cariño, que me encanta como cantas y bailas, es por los vecinos, cielito, que, o son muy mayores o son bebès y, a lo mejor, están durmiendo… Anda bonita, canta flojito”. Por una vez, y sin que sirva de precedentes, ¡Bendita comunidad de vecinos!

Pero yo soy una persona mentalmente fuerte y estable (Va, venga. Las carcajadas en este momento podrían ser algo menos ostentosas ¿no? Digamos que la frase anterior es una ¿licencia literaria? Bueno, dejémoslo ahí) Quiero decir que, aunque haya torturas mentales que, aunque sea por amor, soy capaz de aguantarlas durante una serie de minutos, hay algunas torturas físicas que, con los años, están consiguiendo quebrar mi resistencia.

Que una ya tiene sus años y la etapa de caca, culo, pedo, pis me queda bastante lejana. Y que una cosa es echar unas risillas con cochinaditas varias en la intimidad y otra cosa es tener que enfrentarse diariamente a lo puramente escatológico 

A mi me gustaría saber de dónde narices sale la asquerosa costumbre que tenemos de sacar a los perros a la calle a cagar y a mear (con perdón). Vale que cuando los perros eran callejeros evidentemente tenían que escanciarse en la calle, pero ahora los perros son domésticos. Que también cuando los humanos vivíamos en las cuevas aquello estaría sembrao de pasteles, pero luego nos hicimos chozas, casas, y fuimos apartando estos asuntos para relegarlos a algo muy privado pero que todos hacemos. A nadie, o casi, se le ocurre salir a la calle, y además a propósito, para hacer este tipo de cosas, pero sacamos a los perros para que lo hagan. Y ya que educamos a los perros para que esperen a salir a la calle, ¿no sería más lógico que les enseñáramos a hacerlo en privado y ya luego les sacamos a correr o a pegar saltitos? Y luego hay que confiar en el civismo de los dueños de los perros. Porque, de boquilla, todos somos muy cívicos, pero lo que andamos esquivando a cada paso no lo ha dejado alguien cívico. Y de cada vez el cuerpo lo lleva peor. Tal vez sea un síntoma más de la edad pero hay días que, digamos, me siento especialmente sensible con este tema. Y lo peor de todo es que no puedes ir por ahí sin mirar al suelo porque puedes encontrarte con un regalito siguiéndote durante todo el día y, luego, intenta deshacerte de él…
Je, je. Por cierto, gracias a quienes me decís que hace tiempo que no escribo. Je, je. Me gusta. Je, je. Gracias.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Esas voces de niñas


Últimamente andaba yo dándole vueltas a la cabeza preguntándome a mí misma cuándo hizo el cambio de voz Ojosnegros, y eso partiendo de la base de que una niña de 6 años no suele cambiar la voz, creo. Y no lograba entender cómo era posible que de un ser tan adorable pudieran salir semejantes sonidos. Hablando de intimidades, debo confesar que cuando Ojosnegros nació, entre sollozos y unos lagrimones que no me dejaban ver más que una especie de cortina emborronada, lo primero que dije nada más escuchar el primer llanto fue “¡Qué voz tan bonita!” (Si, cierto, yo también pienso que el ginecólogo alucinaría pensando algo así como que esta tía está gagá o algo parecido. Yo también lo pienso)  Y sigo pensando lo mismo, en circunstancias normales, lo de la voz de la niña, no lode que estoy gagá. Y es verdad, siempre me ha gustado su voz. No tiene una voz aguda de esas de niña ñiñiñi que te chirría hasta el alma en cuanto abren la boca. Ella siempre tuvo una vocecilla algo cascada, no se me ocurre otra forma de describirlo. No es que sea una voz ronca, creo que, simplemente no es una voz de pito. Pero últimamente debe haberse propuesto acabar con mis tímpanos. Yo no entendía por qué de pronto todo lo tiene que decir a grito pelao y con un ñiñiñi que casi prefiero el ruido de la tiza al romperse en la pizarra (issshshhhh, que a mí también me ha dolido)  He tardado pero al fin he encontrado la solución.
Ojosnegros empezó el colegio. Se acabó la guardería, el 2º curso de infantil, los parvulitos de toa la vida, vaya, y ha empezado el colegio. Se acabó la bondad de la guardería donde eran unos cuantos niños y trescientos profesores cuidándolos, mimándolos, limpiándoles los moquitos en cuanto apenas aparecía una burbujita verde. Que no es que la niña haya empezado primero de primaria (con lo fácil que era 1º de EGB) en una academia militar o algo por el estilo, pero el cole es el cole, y las niñas no suelen abrirse paso a tortazo limpio (sus tortazos son más bien sucios, de esos que se dan cuando “nadie me ve”) Las niñas se hacen oír. Y eso es, precisamente, lo que me está destrozando mi única neurona superviviente. A grito vivo que ha aprendido la niña a expresarse. Y yo sólo quiero que ella entienda que aquí, aún hablando bajito, escucharla, se la escucha. Otra cosa es que se le haga caso. Que, de boquilla, todos decimos que hacemos mucho caso a los niños… si, mucho caso hacemos, siempre, ya…

Intimidades (Cap. 73)

 
Yo no digo que lo que voy a escribir sea la frase del siglo porque, mira, me acuerdo de alguna que otra que, posiblemente, pase a la historia antes que esta, o casi… pero el honor de haber sido la frase del día en mi familia no se lo quitará nadie, y yo para mí que, yendo el siglo como va, fijo que es más importante, seguro.

Pongo en situación. Cuatro y pico de la tarde, momento siesta de libro. En la tele la enésima reposición de serie antigua, las babillas casi a punto de resbalar por la comisura de los labios, la mente que comienza a no distinguir si el ruido que se oye es real o es de la tele. Tocando con la punta de los dedos el fabuloso momento de quedarme frita y, de pronto y sin previo aviso, mi bendito me suelta a bocajarro:

- Cuando yo quiera juego a la play.

Vale, puede que así escrito no parezca para tanto pero he de reconocer que el ataque de risa que me dio acabó por fastidiarme la siesta. De hecho tuve que pedirle al alzheimer que se fuera un poquito al spá para poder acordarme de la frasecita. Una de las primeras cosas que mi cabeza fue capaz de pensar en ese momento fue “¿qué tú juegas a lo qué cuándo quéeeeeee? Claro que esa frase se me ocurrió porque de pronto me pareció verle vestido de niño bueno intentando reafirmarse (yo juego cuando quiera). Casi automáticamente volví a pensar ¿es que alguna vez juega cuando no quiere? 

Una tontería ¿verdad? Pues no, la tontería es que semejante autoafirmación la suelta un tío que tiene la suerte de poder tener el control de la tele. Total, pa lo que me importa a mi la tele. Yo creo que a mi de pequeña me debieron decir que la tele era pa entretener y me lo creo a pie juntillas, así que me entretengo con lo que sea, Lo mismo me emociono viendo documentales de cómo se formó el universo como viendo por decimosexta vez “La jungla de cristal 2”. Vamos, que hasta me conozco (o casi) los nombres de los contertulios de “Futboleros”. Es más, hasta llego a quedarme embobada viendo como juega. Que m´he dao cuenta yo que m´ha dao hasta pena cuando le han matao al soldadito del juego. Y no digamos cuando pierde la copa de Europa, que es que hasta me cae mal la voz de Maldini en el juego de la play. ¡Ay! ¡Un hombre en su casa diciendo “cuando yo quiera juego a la play”! ¿No tiene gracia? Y no, no es que después de tantos años aún no se haya dado cuenta que juega cuando le dejan o ve en la tele lo que le dejan, es que siempre lo ha sabido. No, es broma. Es que jamás entenderé que se pueda discutir por hacer una cosa (ver la tele, jugar a la play, etc), habiendo tantas otras cosas que se pueden hacer (ver la tele, jugar a la play, etc)

A traición


No vale. Otra vez. Nunca aprenderé. La tele m´ha pillao desprevenía y un anuncio ha vuelto a dejar a la neurona toa loca. Algunos anuncios deberían llevar la leyenda de “estos mensajes pueden herir su sensibilidad” Conmigo no podrán porque soy fuerte y, además, tengo lavaplatos. Es que acabo de ver al anuncio del nuevo fairy. Su fórmula, como siempre nueva y mejorada, ahora puede lavar HASTA DIEZ MIL PLATOS (y lo han comprobado en Villaenmedio)

Que Dios me libre de dudar ni por un solo momento de la capacidad limpiadora del fairy, es más, juro que jamás entrará dentro de mis aspiraciones el intentar comprobarlo. Que si hay que creérselo, pues se cree. Que ni tres mil, ni cinco mil, que ahora son diez mil, p’os fale. Pero yo, ni que me lo regalen quiero un bote de fairy. Que podrá ser todo  lo bueno que quieran, el mejor del mundo, vale, ni me molesto en dudarlo. Pero sólo de imaginarme ver en mi cocina una botella de fairy vacía me pega tal depresión que cualquier alfombra estaría a más altura que mi ánimo. Déjate, vaya yuyo. Yo con un bote de cuchufruto verde que hace espuma voy que me mato. Y cuando se acaba no pienso si he fregado trescientos, quinientos o novecientos platos. ¡DIEZ MIL! ¡Por Dios, qué horror!  

Autojustificación


Dicen que si no cumples lo que prometes en Nochevieja tendrás mala suerte el resto del año. Bueno, no se si lo dicen o me lo acabo de inventar, pero es que queda bien con lo que voy a contar.
Porque lo de estudiar inglés no fue una promesa de Nochevieja, no. Yo lo decidí en septiembre u octubre, que es cuando solemos hacer estas cosas. Y yo la intención la tenía. Es más, creo que la intención la tuve, la tengo y la tendré, pero no caí en la cuenta que para hacer un curso de inglés… ¡HABÍA QUE ESTUDIAR!. Que yo creía que esto iba a ser más cómodo. El problema es que debo de tener un complejo de Peter Pan que ni Campanilla y me creo dueña de mi propio tiempo. Yo me apunté a un curso de inglés que  nos dan en el curro, a través de Internet. Daba por supuesto que siempre tiene una un ratito para conectarse a Internet y esas cosas. Pero no hice un planning de “mi” tiempo.
Por las mañanas hago de mujer de hoy en día, con su currito guay, en una oficina guay, con su sueldo no tan guay. Eah, lo normal, más o menos. Por las tardes y hasta la noche hago de mami a tiempo completo y en los descansos me dedico  al marujeo. Ya sólo me quedaban tres turnos disponibles pero tan sagrados, o más, que los anteriores. El rato que hago de esposa, amiga, compañera (y todas las demás chorradas que se os podáis imaginar para describir el ratito que puedo pasar con mi bendito) no es susceptible de tener más reducción de jornada (¿más aún?) Otro rato al que no le quiero quitar ni un ratito más es el rato que hago como que duermo (porque yo no duermo, me dedico a perfeccionar mi técnica de canto gutural, otros lo llaman roncar como un ceporro) Ya el  único ratito disponible era el ratito “pá mi”.  En ese ratito creía que podría hacer el curso pero lo dicho, había que estudiar. Y no sólo estudiar, eso es llevadero. Es que para cada lección tenías que echarle alguna que otra hora. Ya ves, como si las horas fueran tan fáciles de conseguir. Entonces la neurona se rebotó. A ver, que pa qué puñetas tengo que andar yo obligándome a estudiar esto si, total, a mi lo del inglés ya casi que me da igual. Que teniendo un acceso directo al traductor de google… Los pitinglis que vengan de vacaciones a lo guiri total, que vengan con unas cuantas frasecitas aprendidas y van que se matan. Que con que aprendan a decir “¿dónde está el bar?”, “una cerveza, por favor” y “otra cerveza, por favor” ya lo tienen tó hecho. Pues eso, que me autoexcuso, paso de los idiomas y gano un ratito más para hacer de yo misma. Ahora queda descubrir como soy yo misma (síntoma de mi parca inteligencia, tantos años conmigo misma y aún no tengo ni idea de cómo soy)
Ah, sí, se me olvidaba. Ese era uno de los motivos por los que ya no escribía tanto.

miércoles, 18 de enero de 2012

Y pasó el tiempo


Ay, cuánto tiempo. Si ha cambiado hasta el año. Pero es que no nos damos cuenta y ¡zas! Te pasan un par de meses. Primero me cogí un par de semanas, o tres, de vacaciones. ¡Guau! Por fin un descanso. Y con tiempo para todo. Imitar la vida del jubilado, salir, ver la tele, levantarse tarde, rascada de ombligo a dos manos. Pero aquello duró apenas un pis pas. De pronto y sin previo aviso, la Navidad. Todo lo relajada que se había quedao la neurona se fue al garete y el poco margen de cordura que había ahorrado en las vacaciones se gastó en navidad, como la cuenta corriente, igualico, oye. Si es que la navidad, para mi, es como un chute de estrés. Y para colmo en fin de semana. A ver, que yo necesito un par de días más. Bien para prepararlas, bien para olvidarlas. Y, partiendo de la base que, para mí, lo mejor de las compras es cuando sales de la tienda y consigues respirar aire fresco (que no puro), al menos con el tiempo he conseguido poder limitar el tiempo de las compras encomendadas por “sus majestades” a dos tardes. La tarde de la gran compra y la tarde de los olvidos o imprevistos. Eh, va en serio, que lo sufro y mucho. Además, una es del género tacaño y lo de andar gastando euros a mansalva me duele. Que no hablamos de 20 o 30 euros, no. Ni de 50 o 60, que ya… ya. Bah, mejor ni pensarlo. Y ya ni hablar del palo emocional. Con perdón, vale, pero ¡joder con las putas navidades! Eso, que mejor ni pensarlo. Y por fin parece que el mundo vuelve a la normalidad. Comienza la bendita rutina. Nos cuesta algo adaptarnos pero volvemos a la rutina diaria.

De todas formas, hay algo que siempre quedará de estas últimas navidades. Todo mereció la pena sólo por ver esos ojos negros de princesa de seis años emocionados y nerviosos (huy, perdón por la cursilada. Otro efecto secundario de las navidades)

De entre las chorradas que solemos desear y desearnos o proponernos para el año nuevo se me olvidó proponerme el no enterarme de las noticias. Aunque normalmente, en el día a día, procuro limitarme a “los recortes de prensa” (je, je. Tú sabes lo que son los “recortes de prensa”, gracias) de vez en cuando cometo el error de poner en la tele algún telediario. Era lo que le faltaba a la neurona para empezar a reptar por las paredes. Y es que cada día es lo mismo. Cuantos más telediarios veo más siento que intentan manipularme. Están los fijos. Crisis, política, ladrones, juicios. Que decir que no se haya dicho ya. Y cada día sale alguna que otra perla, a cual más bestial. Luego están las noticias de relleno. Esas que pueden llegar a ser todo un temazo o puede que se queden en nada. Hoy decían en un telediario que ha subido el número de atropellados que usan auriculares… Algunos, poco más o menos que ya estaban proponiendo prohibir el uso de auriculares en la calle. Y digo yo, ¿lo siguiente no será prohibirnos pensar? A ver, yo soy una de esas que suelo ir por la calle con mis auriculares escuchando mi música. Reconozco que el volumen suele ser alto, pero con responsabilidad. Si alguien me habla me los tengo que quitar porque no me entero de lo que dicen pero el ruido, lo que es el ruido, se oye. Si pasa un autobús cerca, se oye. Mucho más si me pegan un bocinazo. Eso sí, si voy despistada ya me puede explotar la atómica a quinientos metros que yo a lo mío. Es curioso, normalmente cuando voy despistada suelo olvidarme hasta de ponerme música. ¿Qué ha subido el número de atropellados que llevan auriculares? Evidente. Ha subido el número de personas que llevamos auriculares por la calle. Pero mira, si cuela, a lo mejor consiguen poner un impuesto por el uso de auriculares en la vía pública o, directamente, multarnos por cruzar la calle con los auriculares puestos (y luego nos quejaremos de que vaya la peña con el peaso radiocasete encima el hombro)

Lo dicho, no consigo superar esta relación amor odio que tengo con las noticias.