A ver si va a ser verdad eso de que la tele es mu mala, mu mala. Y estaba yo en esas de echarme una siesta propia de sábado y, claro, pongo la tele con la intención de no ver nada. Pero vi un anuncio de ¡Pavo frío! (mú fuerte) que me dejó toa loca. Una está más que preparada para ver anuncios de jamón de pavo sin sal, sin grasa, sin sabor y sin ná, y todos son, más o menos, lo mismo. Gente que se preocupa por su salud, su aspecto, tías y tíos macizorros… y cosas similares. Algunos con más o menos gracia, más o menos originales, pero casi todos con el mismo mensaje. Y de pronto (como todos los anuncios, que aparecen de pronto y cuando menos te lo esperas, en ese momento crucial de lo que estés viendo) aparece toda una mini historia.
Sale una chavala normalucha (nada de modelo súper famosa o tía ya de por sí macizorra y tratada con photoshop). No, esta era una chavala normal y corriente. Estaba trabajando en una cadena de montaje de unas muñecas tipo barbie, vestidas de rosa princesa de castillo encantado. Se encargaba de probar que decían bien un mensaje tipo soy muy guapa (o algo parecido, no recuerdo bien) De pronto a la chavala le cruje la neurona y roba una muñeca. Se la lleva pa’ su casa. Mejor dicho, la choriza de la fábrica de muñecas se lleva una por el morro. Le corta el pelo a la muñeca y se lo tiñe. Curiosamente le hace un peinado con un color parecido al de ella. Coge una camisa, o algo así, ¡Ojo! ¡Del tendedero de un vecino! Buen mensaje el que vamos recibiendo, sí. Total, que con la muñeca que ha robao del curro y la ropa que ha trincao del tendedero, se pone a hacer un vestido normalucho a la muñeca, nada de traje principesco. Le cambia el mensaje a la muñeca, ese que dice que es muy guapa o algo así, y graba las risas de unas amigas. Cuando ya ha tuneao a la copia de barbie, la vuelve a poner en la cadena de montaje. La siguiente imagen es una pila tremenda de cajas de semibarbies princesas en una especie del carrefur.
Se va a una niña buscando una muñeca y el papá que le dice que venga, que todas son iguales. En ese momento pienso en el currito que se encargaría de la supervisión del producto final y en todos los curritos por los que pasa una caja de muñecas hasta llegar al currito que ha montao semejante montaña de cajas de cuasibarbies. No sé, ¿es que ninguno ha sido capaz de darse cuenta de que algo no era lo que tocaba? No sé, ¿a nadie se le ocurrió preguntarse porqué ese producto era diferente? A ver, el que ha montao la montaña’cajas… si es diferente… ponla en otro lao. Que si hago una montaña de latas de lentejas con chorizo y me encuentro una de lentejas riojana… al menos creo que me lo planteo y acabo poniéndola en otro lao ¿no?
Tá claro. Sale la niña y dice que no, que no todas son iguales y coge una caja con la prota del anuncio, la seudobarbie tuneada.
Y de pronto, está claro que sin venir a cuento, te suelta que hay que enseñar a comer “pavo frío”.
Lo dicho. Perpleja. Iba a decir que me quedé sin palabras pero, es evidente que no.
Que es pá decirle al genio que se lo inventó…
- ¡Bah, tío. Que es un jamón de pavo… T’has sobrao!
No sé. Ya se que a los niños ese tipo de jamón les puede parecer de sabor similar al de una fina loncha de suela de zapato frío pero no se, que salga la madre diciéndole que se lo coma porque es sano, porque lo dice ella o le mete dos collejas o cualquier cosa de esas, y que ya cuando sea mayor se lo agradecerá…
Que a todos nos ha pasado que, comidas que de pequeños eran un suplicio, de mayores hasta nos han llegado a gustar. A mí eso mi ha pasado con casi todo. Ahora me acuerdo de, por ejemplo, la lechuga. Si es que pá mí eso era como pegarle un bocao a un cacho’césped. Sabía a verde, y punto. Pero, bueno, era soportable. Soportable quiere decir que, teniendo en cuenta que mi sitio en la mesa era entre papá y mamá, todavía era mejor imaginarme que estaba tirada en la selva dándole bocaos a todo lo que se pusiera en mi camino hasta llegar a la civilización (sí, mi neurona ya empezaba a hacer de las suyas) que andar recibiendo collejas y caricias varias de papá y mamá, además del consabido “hasta que no te lo acabes no comerás otra cosa…”
Y en sentido inverso, también. Cosas que de pequeña me gustaban, de mayor… ni fú ni fá. Por ejemplo… las pastas de té. Recuerdo que de pequeña eran unas galletas que veía una y me la tenía que comer, sí o sí. Me daba igual que tuvieran cosa encima o no, todas, excepto si la cosa de encima era de naranja (con eso nunca he podido) Pues de mayor, como que no. Ya tengo que estar con un hambre de caballo, pero de esas de pillar un mareo que te caes porque ya no te acuerdas cuando fue la última vez que comiste algo sólido… y aún así. P’os eso, que si veo un desayuno a base de pastas de té, seguramente pensaré que “mejor lo dejo”.
Vale, tal vez tengan algo de razón aquellos que dicen que la tele es mú mala (pero poco)
Bueno, hasta otra. Me voy a ver que se me ocurre hacer para distraer a la vez que educar a la niña… Vamos, que voy a ver como consigo convencer a la niña de que me ayude en el marujeo y que se crea que estamos jugando (Y luego nos pensamos que ser físico nuclear debe ser difícil de narices… ¡Já!